lunes, 25 de enero de 2010

La muerte de Cristo: Muchas imágenes valen más que una palabra

En los círculos evangélicos conservadores y fundamentalistas se ha buscado definir la obra salvadora de Dios en Jesucristo de forma tan precisa que sólo una interpretación de su muerte, la llamada teoría de la satisfacción de San Anselmo, es considerada como la única 'bíblica', y, por tanto, la única ortodoxa. Ésta teoría pone el acento sólo en la muerte de Jesús y deja de lado su vida y su resurrección. Afirma que la razón principal de la muerte de Jesús fue remover la barrera o separación que el pecado creó entre Dios y los seres humanos. Esta barrera se entiende como algo “objetivo”, esto es, algo que esta fuera del ser humano, en el orden moral de la realidad misma. La muerte de Cristo se interpreta como una satisfacción ofrecida a Dios que le permite a este perdonar el pecado y romper esa barrera. El ser humano no podría por sí mismo romper esta barrera, ya que es pecador, por lo que Dios debe hacerse hombre y morir en lugar del ser humano, para así eliminar esta separación. Se afirma que aceptando por fe (y la fe en este punto se ha reducido a una mera afirmación intelectual) este hecho “objetivo” es lo que hace que una persona sea cristiana, y por tanto, salva.

Si bien no quiero tratar en esta oportunidad todas las interrogantes que esta teoría nos deja, no puedo dejar de mencionar el hecho de que en ella Dios parece estar subordinado al orden moral que el mismo ha creado. Dios parece estar obligado a tal punto a respetar el orden que ha creado que debe él mismo morir por ello si quiere liberar al ser humano de este orden. Esto me parece bastante ilógico y aberrante, pero hay muchos cristianos que lo creen. Sobre ésta y otras interrogantes continúan discutiendo los teólogos hasta hoy.

Lo que más me asombra de esta interpretación de la muerte de Jesús es que, increíblemente, la mayoría de los cristianos evangélicos ignoran que la teoría de San Anselmo (1033- 1109) es sólo una entre muchas, ignoran además que su formulación sólo apareció mil años después de los orígenes de la iglesia.

Creo que debemos abrir nuestros ojos ante el hecho de que en la Biblia no hay una definición de la muerte de Jesús sino una pluralidad de imágenes. En La obra redentora de Cristo y la misión de la iglesia Juan Driver afirma:

Antes que ofrecer simplemente definiciones dogmáticas formales, los escritores del Nuevo Testamento emplearon una serie de imágenes (figuras) para describir la obra salvadora de Cristo e interpretar su significado. Mientras que los lectores occidentales modernos tienden a preferir definiciones literales y teorías convincentes que clarifiquen su compresión del problema, el enfoque bíblico no es así. (Pág. 16)

En su libro Driver señala más de diez imágenes de la obra redentora de Cristo que se nos ofrecen en la Biblia. La imagen de la justificación (que no se puede entender de forma idéntica a la de San Anselmo) es sólo una entre muchas.

Durante mucho tiempo los evangélicos hemos presumido de comprender mejor a Dios y sus acciones al contrario de otras tradiciones cristianas, pero lo que en realidad hemos hecho es reducir la obra liberadora de Jesús a nuestro antojo y capricho. Con esto hemos decidido quién se salva y quién se pierde, hemos llamado hereje a todo aquel que no esta de acuerdo con nuestras definiciones y hemos tratado de encasillar en una definición a Aquel que es indefinible por antonomasia.

La Biblia nos muestra que en la pluralidad de las imágenes esta la verdad de Jesucristo, nos muestra que si la obra salvadora es de Dios y no nuestra, nunca la podremos definir del todo. Menos mal, porque nuestras definiciones de Dios y lo que hace para salvarnos pueden ser tan estrechas que por seguir nuestra lógica hemos mostrado a un Dios aberrante, impotente y cruel.

La Biblia nos regula en este caso, no para estrechar nuestras definiciones sino para librarnos de ellas, para extender los límites de la acción liberadora al punto en que nosotros no tengamos el control de ella, sino sólo Dios.

martes, 19 de enero de 2010

Desde la certeza a la confianza

Definir, delimitar, poner contornos, es algo que los seres humanos hacemos para entender y manejar la realidad. No hay nada de malo en eso, pero tenemos que entender que siempre serán nuestras propias definiciones de la realidad, siempre seremos nosotros quienes pretenden poner los límites y no algo propio de la realidad en sí. Las definiciones y los límites los hemos puesto para nuestro bien, para entender nuestro entorno, manejarlo y poder vivir en él, para hacer un cosmos en medio del caos. Además, cada cultura y cada persona mira la realidad desde su propia perspectiva, por lo que aparte del hecho de que las definiciones y los límites que establecemos siempre serán creación humana, cada uno de ellos se construirá a partir de una mirada sesgada de la realidad y no desde una mirada global o integral de esta.

Muchas veces nos olvidamos de esto, olvidamos que hemos sido nosotros quienes establecemos artificialmente los contornos y límites, y caemos en el error de atribuir los límites a la realidad en sí. Esto es lo que sucede en el fundamentalismo cristiano. Como la realidad de la que habla la religión cristiana es tan enigmática (esto es obvio, pues se habla de Dios, de la muerte, de la vida, etc.), muchas personas sienten la necesidad de definir y delimitar completamente el cristianismo. Buscan definir a cabalidad los “atributos” de Dios y de Jesús, sus deseos y su voluntad. Todo esto por un afán de certeza que no se queda ahí, sino que busca finalmente el control.  Las cosas que están en juego en el ámbito religioso son tan relevantes que se tiene terror ante la ambigüedad y el misterio, por lo que se busca un fundamento a partir del cuál construir el edificio de certezas. Certezas que van desde el ámbito teológico-doctrinal hasta el ámbito moral.

El problema radica en que sujetarse a semejantes definiciones, por mucho fundamento que digan tener, es sujetase a algo creado por el ser humano, y esto me parece opuesto a la actitud de fe. Confianza no en lo que nosotros sabemos y manejamos, sino en algo que esta más allá de nuestro control y nuestro cabal entendimiento. Soy ateo del dios fundamentalista pero profundamente creyente del Dios de Jesús. Creo en el Dios de Jesús no por miedo, ni por afán de control y seguridad, sino por amor, y el amor no se impone como necesario, al amor se invita, el amor se ofrece, el amor se regala. El amor escapa a toda definición, escapa a todo control, el amor confía. El perfecto amor echa fuera el temor.

domingo, 10 de enero de 2010

La paradoja de la fe

Siempre me ha intrigado el tema de la fe. Una y otra vez me he preguntado qué es la fe, de dónde surge, cuál es la relación que tiene con la razón, etc. Las preguntas acerca de la naturaleza de la fe nunca se podrán contestar cabalmente, sin embargo todos los que participamos de alguna religión asociamos nuestra participación en ella con el hecho de tener fe. La fe no es algo exclusivo del cristianismo, hay fe en todas las religiones. Cada persona que vive y opta por una religión ha tomado esa decisión motivado por su fe, esto es, confía en que es el mejor camino para alcanzar salvación. Esto, salvación, en el sentido amplio, entendiéndola como como salud integral, vida realizada, despliegue gozoso, placentero, de vida plenamente humana (Pikaza). De más esta decir que fe no es sólo creencia intelectual sino mayormente práctica, hábitos, camino, estilo de vida.

La razón por la que me llama tanto la atención este tema es porque continuamente estoy pensando y replanteando mi propia fe en Dios y en Jesús. Creo que mi fe esta basada en una confianza razonable (Küng), pero no puedo negar que hay momentos en que me parece algo extraño. ¿Por qué direccionar mi vida de acuerdo a lo que Jesús dijo e hizo? ¿Por qué vivir "como si Dios no existiera"?

Juan Luis Segundo comienza su libro La historia perdida y recuperada de Jesús de Nazaret (Sal Terrae, 1991) con una introducción general donde desarrolla el tema de la fe. Afirma que es evidente que nunca se puede elegir un camino de vida sabiendo de antemano lo que nos deparará al final del esfuerzo realizado. El problema es que, no obstante, hay que elegir, jugándose la existencia:

Ninguna lógica, ninguna ciencia puede suplir la apuesta por lo desconocido. Hay que elegir como supremo e incondicionado algo cuyo valor concreto no se conoce personal ni experimentalmente (Pág. 23).

La única alternativa, continua Segundo, es elegir un camino conducente a la felicidad basándose en experiencias ajenas. La opción que todo ser humano toma se hace mirando a testigos referenciales, en quienes la persona deposita su confianza. Éstos le hablan, de mil maneras, de la satisfacción que lleva consigo la realización de esta o aquella opción de vida y le invitan a seguir un camino semejante.

Este camino [...] tiene una característica esencial: empuja al ser libre a no dejarse guiar por las satisfacciones que se experimentan en lo inmediato, sino a confiar en que, pasando por molestas mediaciones, se obtienen satisfacciones insospechadas muy superiores (Pág. 24).

Ese es el camino de la fe, indica Segundo, no en un sentido cristiano o religioso sino en un sentido amplio, como una dimensión antropológica propia de todos y cada uno de los seres humanos. Cada persona elige siempre su propia fe, como bien lo saben los ateos. El que no decide a favor ni en contra de tal o cual camino específico de fe, ya ha optado irremediablemente por unos valores determinados, por un camino de fe específico, aunque no sepa como llamarle.

La fe que tengo ha surgido por razones bastante razonables, y han colaborado en su nacimiento desde mi contexto familiar hasta la comunidad cristiana y mis propias experiencias de vida dentro de ella. Pero debo admitir que muchas veces, a pesar de las razones, la paradoja de la fe me resulta chocante. Se me pide que tenga certeza de lo que no esta presente, que tenga convicción de algo que no veo, y la verdad es que eso no es fácil y, por lo mismo, no sé si esa certeza y convicción estarán siempre presentes en mi vida. Pero, a pesar de la confesión anterior, hoy puedo afirmar que confío en el camino de Jesús. Pretendo vivir día a día como si Dios existiera, esto, no desde una certeza matemática o científica, sino que en la paradójica certeza de la fe.

martes, 5 de enero de 2010

Soñar la iglesia

Sueño con una comunidad cristiana donde:

  • el objetivo principal de reunirse semanalmente sea el encuentro personal, tanto con Dios como con las demás personas de la comunidad. Aunque los cultos, servicios o liturgias son buenos, sólo tienen sentido cuando se hacen en función de la misma comunidad y no como fines en sí mismos. 
  • el lugar de reunión provea los elementos necesarios para el encuentro personal con Dios y con las personas. No quiero pulpitos, altares ni bancas, quiero un living donde se pueda conversar y un comedor donde se pueda comer juntos como signos principales de comunidad. 
  • la conversación sea fluida y sin tapujos, donde la comunidad entera pueda dialogar fraternalmente y donde todos puedan participar, desde las primeras comunidades de fe hasta los grandes teólogos de hoy, desde un niño hasta un anciano, desde los cristianos de cualquier confesión hasta los ateos y agnósticos. 
  • no haya preguntas tabú ni respuestas absolutas, donde la misma comunidad de fe sea la que regule la conversación, no el líder-pastor ni las doctrinas denominacionales. 
  • la Biblia no se aplique sino que se viva la maravillosa historia de salvación de la que somos parte. 
  • los símbolos, los relatos y el arte en todas sus expresiones tengan un lugar importante. 
  • a través del amor y el perdón que la comunidad demuestra me enseñe a amar y perdonar. 
  • la música, la comida, la alegría y la celebración sean una señal de que el Reino de Dios esta entre nosotros. 
  • como pastor no se me imponga una agenda institucional o denominacional sino una agenda de la comunidad, una agenda que ella misma vive y desarrolla, donde no soy un profesional sino que como amigo, como hermano, facilito el seguimiento activo de cada uno de las partes del cuerpo/comunidad de Jesús. 
  • Dios este presente.